Este vibrante bodegón celebra el intenso rosa de un mantel irradiado de lirios de color anaranjado brillante y de rosas con un amarillo incandescente. Los colores fríos del fondo realzan la mesa situada en la parte inferior, ligeramente descentrada sobre la izquierda, como si fuese un sol poniente.
La mesa con su perspectiva enderezada en primer plano y con su contorno perfectamente circular hace que se imponga en toda la obra aunque su centro esté ocupado por un ramo ejerciendo de enlace entre los dos polos del lienzo. La parte derecha está estructurada por el respaldo de una silla azul en la sombra, alternándose a la izquierda con la vista lejana de una techumbre y de otra silla. El fondo está compuesto únicamente por manchas en verde oscuro en la parte central y azul en la parte superior, también con límites redondeados. Manchas blancas o amarillas perforan el lienzo con brillos de luz que hacen que el ramo se arremoline como si fuese un manifiesto pictórico.
Esta obra es un himno a la luz que hace estallar los colores que la artista ha elegido en número limitado sobre toda la superficie del espectro. La puesta en escena luminosa es tan poderosa que vuelca la mesa rodeada de dos sillas que se encuentran en un corro colorido y aparentemente desordenado, donde se adivina que los objetos no son más que un pretexto del placer de pintar vibraciones luminosas.
Las palabras del galerista Hans Peter Bülher, escritas con motivo de una exposición dedicada a Germaine Lacaze en Múnich en 1987, lo describen perfectamente: « La seducción de Germaine Lacaze se llama color: un ramo de matices verdes, un desenfreno de rosa rosáceo, que, en definitiva podría llamarse El Rosado Lacaze, y después el azul, el rojo, el naranja, una sinfonía de colores jubilosos incluso también «El Edén para quienes sepan mirar » (Maurice Tassart). »