Hermosa composición de un torero, de pie, rezando antes de la corrida de toros, pintado de perfil, con la mano derecha en el pecho, frente a una pequeña Virgen cuyas velas iluminan la habitación creando una sombra azul verdosa en la pared justo detrás del hombre.
Con su capote y su sombrero colocados como ofrenda en el reposabrazos de un reclinatorio, el torero está pensativo, inmóvil, apoyado sobre su pierna derecha.
Verticales y diagonales estructuran todo el espacio: las esquinas de la sala donde se desarrolla la escena, el asiento del reclinatorio, la tarima donde el torero ha colocado su pie izquierdo, pero también la dirección de su mirada hacia abajo y la de su pierna izquierda, ambas convergiendo hacia la Virgen.
La sombra de la muerte está detrás del torero, pero su traje de luces verde y su fe le protegen de ella.
Quizás, una metáfora de la pintura de luz que Germaine Lacaze utiliza con pasión, indudablemente un homenaje al espíritu de desafío de toda una vida y, como mínimo, la celebración de un ritual español por parte de esta pintora profundamente hispanista.
Este lienzo permitió a Germaine Lacaze ser miembro del Salón de Otoño en 1957, un salón en el que participó fielmente hasta 1993.